Historietista e ilustrador, revolucionario de la historieta española con un estilo propio, trascendente e inimitable, que le ha hecho merecedor de premios como el Ignatz, haber sido expuesto en la Biblioteca Nacional de París o su reconocimiento con el Premio Nacional de Cómic.
Nació en Barcelona en septiembre de 1956 y de niño fue un voraz consumidor de tebeos, sobre todo los humorísticos de la escuela valenciana y la de Bruguera, al mismo tiempo que le fascinó la animación, sobre todo las de los estudios Warner y 20th Century Fox, aunque también la de Walt Disney y, posteriormente, los dibujos animados de Tex Avery para MGM. Pero fue la historieta su mayor pasión, mostrando predilección en su adolescencia por el comix underground, no en vano se integró en el colectivo de autores de El Rrollo Enmascarado y publicó algunas historietas en la prensa marginal desde los 17 años (comenzando por El Rrollo Enmascarado, en 1973). Al mismo tiempo que cursó estudios de Bellas Artes fue publicando en revistas satíricas como Mata Ratos, en 1974, en prensa alternativa como Star, en 1975, en fanzines (Baladas urbanas, Muérdago, Rock Comix y otros) o en lanzamientos de carácter reivindicativo, como los del Colectivo Butifarra, al que se sumó en 1977. En 1979 fue uno de autores fundadores de la revista de historietas El Víbora, sólido puntal del cómic alternativo español, una publicación en la que el autor definió un estilo propio, más limpio y expresivo, y para la que dio lo mejor de su hacer durante años.
Su participación en el proyecto de Berenguer no impidió que aceptase encargos de ilustración o historietas, con cuya filosofía o ideología aparentemente comulgaba el autor si bien no siempre fue así, por ejemplo: sus obras para la colección La Vía Múltiple (El anarquismo, El capital) o Un conte de fum, para la Generalitat de Catalunya, publicado en 1983. Desde 1984, el autor se afincó en Mallorca, participando desde allí en numerosas iniciativas culturales, expositivas y publicaciones varias, no desdeñando nunca la posibilidad de colaborar con fanzines o revistas locales y también de otras localidades. Lo atestiguan diseños y cómics suyos que fueron desgranándose en títulos como Rodamón, Dinamo, Entrance, Rúa Mayor o Estel Negre. De este periodo databan también meritorias obras de ilustración, y alguna historieta, publicadas en prensa naturista, como Integral, Globo, Alfalfa o El Ecologista, con cuyo ideario ha comulgado siempre Max.
Pero el grueso de su obra historietística relevante lo destinó, vecino mallorquín por entonces, a revistas de historietas como Makoki o El Víbora, sobre todo para esta última cabecera. En ella desarrolló sus series más importantes, como las algo descocadas aventuras del activista Gustavo contra la actividad del radio, destacando sobre todo la parodia de la obra de J. M. Barrie Peter Pank, en la que fusionó sus filias anarquistas, ácratas o ecologistas con un desenfadado humor urbano y sarcástico expuesto con abierta franqueza. Su estética, que había derivado desde el feísmo del underground hasta la pulcritud de línea de los cartoon, contrastaba fuertemente en una revista que se había etiquetado como de “línea chunga”, en contraposición con la llamada “línea clara” que reivindicaba para la historieta unos modelos más elegantes o pretendidamente intelectuales. En realidad, Capdevila había bebido también de esas fuentes, de Hergé, McManus, Opisso o Swarte (por citar cuatro puntos cardinales de esta estética) pero siempre navegó entre dos aguas, consciente de que la línea divisoria no se hallaba en la apariencia formal sino en la propuesta argumental y narrativa, que él mimó en todas sus obras con independencia del estilo gráfico. Otros trabajos desarrollados por Max para El Víbora reforzaron esta idea de que no era un historietista “punky” sino que manejaba sólidos argumentos y desarrollaba propuestas que iban más allá de la mera diversión episódica, como quedó demostrado en sus álbumes: El carnaval de los ciervos (publicada en álbum por Arrebato Ediciones), El beso secreto, La muerte húmeda (publicada en álbum por Complot Ediciones) o Mujeres fatales (con Mique Beltrán). También son dignas de recuerdo sus colaboraciones durante el periodo llamado “boom del cómic español” con la rompedora revista Madriz o con el relanzamiento efímero y con mimbres vanguardistas de la clásica cabecera TBO. En estos trabajos el autor barajaba otras inspiraciones, como la de Yves Chaland, y otros instrumentos, como el pincel, dando un viraje evidente a sus fórmulas de trabajo y su impronta estilística.
Durante los años ochenta, Max fue consolidando una carrera como ilustrador para diversos sellos de literatura dirigida a los más jóvenes o de libros destinados a programas educativos. Su estética se acomodaba perfectamente a estos lectores, no en vano también comenzó a producir historietas dirigidas al público infantil en el segundo lustro de la década, que fue publicando en revistas como la sevillana Rumbo Sur (la serie de losCuentos Boreales) o en el suplemento de El País titulado Pequeño País (la serie aventurera de inspiración “borgiana” La biblioteca de Turpin, luego editada en libro). Dentro de esta misma esfera de producciones podría inscribirse su dibujo para uno de los libros de la colección Relatos del Nuevo Mundo, distribuida en 1992 con motivo de la celebración del quinto centenario del descubrimiento de América, una obra con la que jamás estuvo contento su autor.
Con estas producciones, Max había iniciado una trayectoria que dejaba de lado la protesta libertaria para reclamar el valor del mito y de lo fantástico como cimientos de sus mensajes. Ya lo habíamos atisbado en algunas propuestas inspiradas en Lewis Carroll (Jabberwocky, en El Víbora, Alicia en la ciudad virtual, en El país de las tentaciones) o en los imaginarios desarrollados por Robert Graves, Arthur Conan Doyle, Victor Hugo, Edgar Allan Poe, Jules Verne, Jorge Luis Borges, Herman Melville, Gianni Rodari y otros literatos. En lo gráfico, supuso un gran revulsivo en su trabajo la obra del belga Eddy Vermeulen, más conocido como Ever Meulen, un ilustrador que había evolucionado desde la sofisticación hacia la síntesis y cuya huella quedó plasmada en El canto del gallo, una de las historietas más apreciada por el propio Max. El guión de este cómic era en realidad la letra de una canción, otra de las pasiones del autor, que le llevó a participar en proyectos de animación para videoclips de los grupos Radio Futura o Los Planetas, y en algún proyecto animado para la televisión (Microfilmes, 1999).
Todas estas influencias y nuevas posibilidades comentadas afloraron en trabajos de ilustración (carteles, portadas, carátulas, portafolios) más que en historietas, porque en los siguientes años Max produjo pocos cómics. Amén de algunas colaboraciones en prensa (La Voz de Baleares, Südedeutsche Zeitung), lo más recordado de Max de los años noventa fueron obras publicadas en régimen de autoedición mientras se alimentaba de sus trabajos como ilustrador. En el año 1993 fundó, junto a Pere Joan, un fanzine que pronto se convertiría en revista, titulado Nosotros somos los muertos, luego conocido por el acrónimo NSLM. Esta publicación, editada en Palma de Mallorca bajo el sello Inrevés, fundado por Capdevila y Joan, sobrevivió gracias a algunas coediciones (con Sinsentido, con Veleta) para situarse como uno de los títulos sobre historieta e ilustración de vanguardia más reputados de Europa. Max estaba ahora poderosamente influido por los cómics que se están produciendo en los EE UU, los de Art Spiegelman o Daniel Clowes, al tiempo que sentía la necesidad de volver a trabajar sobre el compromiso, que es lo que impulsó obras como “Bienvenidos al infierno”, una reflexión sobre la guerra y el miedo que aludía a la convulsa situación de los países balcánicos.
Al mismo tiempo que Capdevila iniciaba una trayectoria como editor, en el sentido de que coordinaba la publicación NSLM,para la que escogía obras rompedoras para difundirlas en España, se convirtió en escritor con obras como Órficas o Monólogo y alucinación del gigante blanco. Sus guiones también se volvieron más densos y pendientes de ejes alejados de la linealidad, como la ensoñación o el surrealismo. A través de esta ruta, Max declinó ser un autor “comercial”, produciendo historietas dirigidas a lectores adultos eminentemente, pese a que estéticamente pareciese ideal para mentes juveniles. Dentro de este marco encuadró Max sus producciones El prolongado sueño del sr. T, una reflexión sobre la muerte, o las historietas del ciclo Bardín el superrealista, ambientadas en un mundo onírico tras el cual estaban las figuras de Buñuel y Dalí. En ambos casos fueron trabajos publicados fragmentariamente, con dificultades o incluso en régimen de autoedición. Fue esta última obra la que le hizo merecedor del primer Premio Nacional de Cómic, concedido en 2007 por el Gobierno de España.
Antes de que llegase este reconocimiento había sido recopilada su obra desde la colección de álbumes Todo Max, editada por La Cúpula. En este tiempo, y antes de la consecución del galardón otorgado por el Ministerio de Cultura, Max había ido elaborando portadas o historietas esporádicamente para publicaciones variadas durante los últimos años noventa (L’Avui dels Supers, Mediomuerto, Angelitos negros, Creativa, Equitx) y la primera década del siglo XXI (Sònic Còmix, TOS, Còmic Clips), cuyo único rasgo común fue, quizá, el inconformismo y la búsqueda de propuestas renovadoras. Fueron brillantes sus trabajos ocasionales para diversos proyectos colectivos (Plagio de encantes, Tapa roja, Lanza en astillero, Viaje con nosotros, Cada dibuixant és una illa), ofreciendo su talento también como guionista en algún caso (los libros encargados por el Govern de les Illes Balears y el Consell Insular de Menorca) o creando obras rupturistas, como Espiasueños en 2003 o Pascal Comelade, lo piano vermell, en 2006. Precisamente si por algo destacó Max en lo sucesivo sería por la innovación en sus propuestas, sobre todo tras la concesión del galardón nacional, ya que se alejó por completo de los cánones para bucear en tierras del inconsciente o en universos simbólicos. De este periodo destacan tebeos de tirada limitada como Hundlebert Syndrome, de 2011, o Vapor, libro de 2012 en el que –partiendo de Flaubert- el autor reflexionaba sobre el discurso hueco de los medios de comunicación mediante un anacoreta situado en un emplazamiento desértico donde era tentado por hueros estímulos.
El trabajo de Max ha sido muy aplaudido en el ámbito de la historieta pero su faceta de ilustrador ha ido pareja en calidad. Reconocido entre los españoles por sus colaboraciones para el suplemento literario Babelia, también se halla su impronta en muchos libros que manejan los niños (ediciones de La Galera, SM, Combel o Cruilla) y de divulgación para adultos (en este apartado hizo una labor encomiable junto a Maite Larrauri ilustrando la colección Filosofia per a profans del sello Tàndem), pero además su obra ilustrada es mundialmente conocida, a lo que ha contribuido la muestra Hipnotopía, de 2008, y más aún la exposición itinerante Panóptica, patrocinada por el Instituto Cervantes desde 2011. Hitos recientes de su labor como creador los hallamos en su diseño de un reloj Swatch o en las portadas para The New Yorker, entre otros muchos trabajos publicados en diferentes países.
En su palmarés hallamos multitud de premios, siendo los más importantes: el Premio Nacional de Ilustración Infantil y Juvenil (1997); en 1999 ganó el premio Ignatz en los Estados Unidos, un galardón raramente concedido a autores españoles hasta ese momento; al año siguiente obtuvo el Gran premio del Saló Internacional del Còmic de Barcelona; en 2002, fue seleccionado para la gran exposición Maitres de la bande dessinée europénne, que tuvo lugar en la Biblioteca Nacional de París; el premio Junceda como mejor ilustrador catalán le fue otorgado en 2004; en 2007 le fue concedido el Premio Nacional de Cómic, primer autor en recibir este importante reconocimiento cultural.
No hay comentarios:
Publicar un comentario